domingo, 15 de abril de 2012

Un parto


Las puertas se abrieron de manera abrupta para abrir paso a los enfermeros que la traían a prisa hasta la sala de parto. La madre se encontraba en estado de inconciencia y respiraba de manera asistida. Los miraba detenidamente al tiempo que continuaba la lectura. Pasaba una página y luego la otra, no hacía falta detenerme. Ni observar los movimientos de los doctores, las puertas que se abrían y se cerraban, y los familiares que daban vueltas impacientes esperando alguna noticia, nada, me quitaba de la lectura. Observaba de a ratos la situación desde dentro de la historia, como si fuera yo un personaje de aquella ficción. La lectura era magnífica. Sentía que yo mismo lo había escrito. No quiero decir que tenga la capacidad de escribir así, simplemente sentí que el personaje era mi vívido reflejo. La madre dio a luz sin mayores complicaciones. Salí un momento del hospital y fui al auto. A pesar de no tenerle a Cintia el respeto suficiente, el cual convengamos nunca se ganó, pareciera ser que la insistencia venía a colación de saberse cierta. Comencé la lectura de un segundo libro, en el cual me sumergí de inmediato. Levanté la vista y quedé desairado, la nena que acababa de nacer parecía tener unos años más. Hacía mucho que no veía un bebé. Nacerán ya tan grandes? La tecnología, debo reconocer, no deja de sorprenderme.  Acelerar el crecimiento es bastante absurdo, tan solo te acorta la vida. En fin, quien soy yo para juzgar. A pesar de los razonamientos continué implacable en la lectura. De vuelta al auto. Al final tenía razón!. Detesto cuando Cintia está en lo cierto, por suerte no es algo que sucede a menudo, es muy arrogante y cuando tiene motivos es insoportable. Cuando me pregunte que pienso le diré que no me gusta y evitaré así el mal trago. Fui al auto a buscar el tercer libro, por suerte tenía allí la obra completa. Me fui a sentar nuevamente en la sala del hospital y de inmediato me vi inmerso en la lectura. La nena salió de la habitación, delineándose los ojos, con un escote y una minifalda, muy mini, las chicas de hoy usan cada vez menos tela y pagan más cara la ropa. Ignoré el extraño suceso y proseguí. Volví al auto y tomé el séptimo libro, ya no sabía siquiera si los estaba disfrutando. Me salteaba algunas líneas al leer y ya se había tornado un desafío terminar toda su obra. Eche un vistazo a la sala y la nena que había nacido esa mañana parecía no adaptarse a los 50, se maquillaba como si tuviese 17 años. Hay algunos que no pueden dejar una época atrás. Después de 20 horas de lectura tomé el último libro de la obra de Bertrand. La ansiedad por terminar hizo que no recuerde haber leído algunas partes, como cuando caminamos por la calle y olvidamos como cruzamos la esquina anterior, mi cabeza estaba en piloto automático. Después de 22 horas de ardua lectura terminé con la obra de Bertrand, exactamente a las 23.32 horas, hora de defunción de la nena.

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