Aquel placard era su escondite preferido cuando de niño
jugaba a las escondidas. La ropa negra y el sobretodo del mismo color lo
confundían con la oscuridad y había pasado toda su infancia sin perder jamás
haciendo uso del escondite.
El día comenzó como cualquier otro. Se levantó, cepillo sus
dientes, prendió la radio y tomó el desayuno. El diario acompañaba el café y
las tostadas untadas con mermelada de ciruelas y manteca. Las noticias eran las
de siempre: Robos, choques, asesinatos, violencia y más violencia. Terminó el
café y dejó el diario. Fue al cuarto y se vistió. Se peinó cuidadosamente, se
acomodó la corbata, tomó el saco, la billetera y se dirigió a la puerta. La
abrió y se quedó parado, mirando hacia afuera. Un vecino pasó y saludó, quiso
responder pero no pudo, estaba paralizado. En la puerta se habían estado
formando los barrotes. Día a día con extraña tranquilidad se iban poniendo uno
al lado del otro y él, cada vez con más dificultad e ignorándolos, lograba
salir. En un principio solo bastaba con dar un paso al costado para pasar. Ya
después tenía que ponerse de perfil y agachar la cabeza para poder salir. Ese
día no pudo. Se quedó varios minutos exhorto mirando hacia afuera, hasta que
cerró la puerta y empezó a retroceder, lentamente, manteniendo la mirada sobre
la salida. El calor subió por su cuerpo. Desajusto la corbata ayudándose con un
movimiento circular del cuello, pero el color de su cara empeoró. Caminó por el
living mientras se sacaba el saco. Una gota rodó por su sien y luego por su
mejilla. Corrió a cerrar las puertas y ventanas que daban al exterior mientras intentaba regularizar su
respiración. La radio, aún encendida, alertaba sobre un nuevo delito. Se tomó la
cabeza y caminó de un lado al otro de la cocina, siempre el mismo recorrido. El
calor era insoportable. Caminó hasta la habitación y se quitó la camisa. Entró
temblando del miedo, deshaciéndose de todo el peso del pantalón y de su ropa
interior. Miró el placard y corrió a su
encuentro. Totalmente desnudo abrió las puertas, miró el interior y entró. La
respiración se fue calmando y él fue recogiéndose sobre si mismo, hasta quedar
en posición fetal. Recordó su infancia y se tranquilizó. Y ya no pudo salir de
allí.