El cristo redentor está
sobrevalorado. No niego que no sea impactante. Pareciera que converso a solas
con Cristo, aunque en realidad la charla se desenvuelve ante cientos de turistas.
Pero si se frenan un segundo y prestan atención pueden oírme por lo bajo cuando
le pregunto al cristo por qué todos los turistas sacan la misma foto que pueden
obtener con un solo click desde el google. El cristo se queda sin respuesta. -¿Setenta
reales por esa foto?-, le pregunto. -El cambio está por encima de los dos pesos
con cincuenta-, agrego. Pero sigue sin respuesta. -Es un robo-, le digo
mientras me alejo. Me acerco hacia la baranda y veo la ciudad desde el punto
más alto de Río, y aunque sigo creyendo que es un robo, la primera imagen que
se me viene a la hora de recordar Río es aquella panorámica desde la cima del
corcovado.
Y en aquella imagen se pueden ver
los morros que cubren la ciudad (y que impiden que corra el viento por la
ciudad, lo que hace de Río una ciudad, por momentos, de mucho calor) las playas
del sur; Copacabana, Ipanema, Barra de Tijuca, Leblon; Hacia el sureste se ve
Urca (donde está el Pan de Azúcar), Botafogo y Flamengo. Encima de Flamengo se
encuentra el centro y pegado a este y yendo hacia el centro se encuentra lapa,
el lugar donde habité mis 18 días en Río de Janeiro.
La entrada a Río la hice por
Galeao, el aeropuerto internacional. Del aeropuerto al barrio de lapa el
recorrido incluía una larga sucesión de favelas que se encontraban al otro lado
de un puente. En el costado del mismo podía verse una inscripción en un grafiti
informando que no es la misma ciudad del otro del puente. Es cierto. Podría
decirse que el puente es la línea que divide el Yin del Yang, y no creo que sea
producto de la casualidad poder representar las favelas con el color negro. Con
un trago mediante comentamos al respecto con Mathias, oriundo de Brasilia,
mientras intercambiamos impresiones de Latinoamérica.- La mayoría de la gente
que vive en la favela son trabajadores-, dice.- Solo una pequeña parte hace
actos delictivos-, y pausa mediante agrega: -sin contar que muchos motivos
tienen. Sin embargo esto no inhibe al resto de la sociedad a llamarlos vagos,
ladrones y otras cosas por el estilo-. -Sí-, agrego,- yo conozco la versión
Argentina de la misma canción entonada por la clase media Argentina-.
En Río en esta época del año se
suceden los días nublados y las lluvias son recurrentes. Los dos primeros días
del año los pasé encerrado en el hostel donde paraba. La lluvia no cesaba y me
obligó a recluirme. Por suerte Bukowski, Saer y Saramago me hicieron compañía
en estos días. Hay mucho para hacer en esta ciudad, y a pesar de haber pasado
un tiempo considerable todavía me quedaron muchas cosas por conocer. Sin
embargo el jardín botánico, el pan de azúcar, la favela de santa marta, el
museo de Niteroi, las playas de Copacabana e Ipanema, Botafogo, Flamengo y
Tijuca fueron algunos de los recorridos que en este momento se me vienen a la
mente que hice. Pero particularmente el barrio que más me gusto fue Lapa, donde
pasé la mayoría de mi tiempo.
La entrada a Lapa, se hace
mediante los “Arcos de Lapa”. Es un monumento que se asemeja a dos acueductos,
uno encima del otro, de color Blanco. Por debajo de los arcos corren dos calles
como si fuera un distribuidor, y entre medio de las calles se forman veredas
sin construcciones donde se instalan los vendedores ambulantes las noches de
jolgorio. Las calles se cortan y comienza la fiesta. No faltan la comida y el
alcohol. En medio de los arcos toca una batucada y los cariocas despliegan todo
su repertorio. Los extranjeros intentan seguir el paso, desinhibidos por el
alcohol. El ambiente se torna festivo y la pintura sobre los murales termina de
decorar el paisaje.
Estos rituales se esparcen por
todo Río y se tornan una hermosa rutina. Los lunes y los viernes en una pequeña
plaza del centro de la ciudad donde toca la escuela de samba. Los miércoles son
de jazz detrás del Teatro Carlos Gomes. Entre medio el corso de Vila Isabel
hace una presentación preparatoria para el carnaval y los días restantes los
pasamos tomando y charlando en la esquina del Bar de Cachaca.
Ya me alejo un poco de la baranda
y despego mi cabeza de los recuerdos para hablar con el Cristo nuevamente.
Primero, le aclaro que soy ateo, pero dudo y le digo que en realidad soy
agnóstico, que no dejo de lado la posibilidad de que él pueda existir. -Creo
que estoy enamorado de Río-, le comento. Y le cuento que lo había hablado con
mis amigos, porque este era un nuevo sentimiento para mí. Y que ellos
compartieron sus experiencias conmigo. -Estas en la etapa de enamoramiento-, dijo
uno,-no pierdas la oportunidad-. -Lo que tenés que saber es si solo te parece
linda o te gusta algo en su interior, si hay alguna química, ¿entendés?-, aportó
otro. -Sos un nene, no sabés nada de amor todavía-, dijo un tercero. .Buscate
otra, no existe el amor-, dijo el más escéptico. Y yo escuché, escuché y
respondí. Les dije que no sabía bien por qué era que la amaba. No dudaba que
las circunstancias habían ayudado. Me quedé pensativo frente a él. -Quizás si
las circunstancias eran otras y no conocía la gente que conocí esto no hubiera
pasado-, le dije. Y él seguía ahí, parado, sin emitir sonido. Le sonreí y me
quedé pensativo, con algo de nostalgia. Lo miré y le dije que quizás no esté
sobrevalorado, que después de recordar la ciudad me doy cuenta que aún sigo
ahí, parado, en la cima del corcovado.
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