martes, 7 de febrero de 2012

Memorias de Rio


El cristo redentor está sobrevalorado. No niego que no sea impactante. Pareciera que converso a solas con Cristo, aunque en realidad la charla se desenvuelve ante cientos de turistas. Pero si se frenan un segundo y prestan atención pueden oírme por lo bajo cuando le pregunto al cristo por qué todos los turistas sacan la misma foto que pueden obtener con un solo click desde el google. El cristo se queda sin respuesta. -¿Setenta reales por esa foto?-, le pregunto. -El cambio está por encima de los dos pesos con cincuenta-, agrego. Pero sigue sin respuesta. -Es un robo-, le digo mientras me alejo. Me acerco hacia la baranda y veo la ciudad desde el punto más alto de Río, y aunque sigo creyendo que es un robo, la primera imagen que se me viene a la hora de recordar Río es aquella panorámica desde la cima del corcovado.
Y en aquella imagen se pueden ver los morros que cubren la ciudad (y que impiden que corra el viento por la ciudad, lo que hace de Río una ciudad, por momentos, de mucho calor) las playas del sur; Copacabana, Ipanema, Barra de Tijuca, Leblon; Hacia el sureste se ve Urca (donde está el Pan de Azúcar), Botafogo y Flamengo. Encima de Flamengo se encuentra el centro y pegado a este y yendo hacia el centro se encuentra lapa, el lugar donde habité mis 18 días en Río de Janeiro.
La entrada a Río la hice por Galeao, el aeropuerto internacional. Del aeropuerto al barrio de lapa el recorrido incluía una larga sucesión de favelas que se encontraban al otro lado de un puente. En el costado del mismo podía verse una inscripción en un grafiti informando que no es la misma ciudad del otro del puente. Es cierto. Podría decirse que el puente es la línea que divide el Yin del Yang, y no creo que sea producto de la casualidad poder representar las favelas con el color negro. Con un trago mediante comentamos al respecto con Mathias, oriundo de Brasilia, mientras intercambiamos impresiones de Latinoamérica.- La mayoría de la gente que vive en la favela son trabajadores-, dice.- Solo una pequeña parte hace actos delictivos-, y pausa mediante agrega: -sin contar que muchos motivos tienen. Sin embargo esto no inhibe al resto de la sociedad a llamarlos vagos, ladrones y otras cosas por el estilo-. -Sí-, agrego,- yo conozco la versión Argentina de la misma canción entonada por la clase media Argentina-.  
En Río en esta época del año se suceden los días nublados y las lluvias son recurrentes. Los dos primeros días del año los pasé encerrado en el hostel donde paraba. La lluvia no cesaba y me obligó a recluirme. Por suerte Bukowski, Saer y Saramago me hicieron compañía en estos días. Hay mucho para hacer en esta ciudad, y a pesar de haber pasado un tiempo considerable todavía me quedaron muchas cosas por conocer. Sin embargo el jardín botánico, el pan de azúcar, la favela de santa marta, el museo de Niteroi, las playas de Copacabana e Ipanema, Botafogo, Flamengo y Tijuca fueron algunos de los recorridos que en este momento se me vienen a la mente que hice. Pero particularmente el barrio que más me gusto fue Lapa, donde pasé la mayoría de mi tiempo.
La entrada a Lapa, se hace mediante los “Arcos de Lapa”. Es un monumento que se asemeja a dos acueductos, uno encima del otro, de color Blanco. Por debajo de los arcos corren dos calles como si fuera un distribuidor, y entre medio de las calles se forman veredas sin construcciones donde se instalan los vendedores ambulantes las noches de jolgorio. Las calles se cortan y comienza la fiesta. No faltan la comida y el alcohol. En medio de los arcos toca una batucada y los cariocas despliegan todo su repertorio. Los extranjeros intentan seguir el paso, desinhibidos por el alcohol. El ambiente se torna festivo y la pintura sobre los murales termina de decorar el paisaje.
Estos rituales se esparcen por todo Río y se tornan una hermosa rutina. Los lunes y los viernes en una pequeña plaza del centro de la ciudad donde toca la escuela de samba. Los miércoles son de jazz detrás del Teatro Carlos Gomes. Entre medio el corso de Vila Isabel hace una presentación preparatoria para el carnaval y los días restantes los pasamos tomando y charlando en la esquina del Bar de Cachaca.
Ya me alejo un poco de la baranda y despego mi cabeza de los recuerdos para hablar con el Cristo nuevamente. Primero, le aclaro que soy ateo, pero dudo y le digo que en realidad soy agnóstico, que no dejo de lado la posibilidad de que él pueda existir. -Creo que estoy enamorado de Río-, le comento. Y le cuento que lo había hablado con mis amigos, porque este era un nuevo sentimiento para mí. Y que ellos compartieron sus experiencias conmigo. -Estas en la etapa de enamoramiento-, dijo uno,-no pierdas la oportunidad-. -Lo que tenés que saber es si solo te parece linda o te gusta algo en su interior, si hay alguna química, ¿entendés?-, aportó otro. -Sos un nene, no sabés nada de amor todavía-, dijo un tercero. .Buscate otra, no existe el amor-, dijo el más escéptico. Y yo escuché, escuché y respondí. Les dije que no sabía bien por qué era que la amaba. No dudaba que las circunstancias habían ayudado. Me quedé pensativo frente a él. -Quizás si las circunstancias eran otras y no conocía la gente que conocí esto no hubiera pasado-, le dije. Y él seguía ahí, parado, sin emitir sonido. Le sonreí y me quedé pensativo, con algo de nostalgia. Lo miré y le dije que quizás no esté sobrevalorado, que después de recordar la ciudad me doy cuenta que aún sigo ahí, parado, en la cima del corcovado.